jueves, 1 de diciembre de 2011

Estambul, arranque de la descarga mental

Zaragoza 1 Diciembre 2011

Día frío y tiempo de ocio solitario obligado hasta que llegue la actividad programada que evita momentáneamente la soledad. Silencio interno y exterior tras la siesta.

He superado finalmente la fobia a la escritura monótona porque mi cabeza quiere sacar ideas que van acumulándose tras días de incomunicación. No hay sistema de trabajo, no hay idea generadora, no existe estilo o dirección previa, sólo descargar ese ansia de jugar con el lenguaje fuera de la lógica laboral y social.

 Establezcamos ahora un espacio sobre el que colocar personas que viven verdades que las normas sociales tienden a evitar, personas que a lo largo de su vida no han tenido bastante con un sueldo mensual y unos actos sociales comúnmente asociados a su tribu. Si el espacio cotidiano se quiere ampliar, la escritura es el viaje más rápido que existe, ya que en cada renglón el que escribe puede llegar a un entorno distinto siguiendo sus sensaciones instintivas. El más allá de ahora es Estambul.

Antes de visitar la exótica ciudad, deambuleo por un mundo desconocido imaginando escenas que deberé rehacer dentro de un mes.

Las calles se mueven con el sonido de la energía generadora del dinero que las necesita para sus transacciones, una gran ciudad es también un gran dinero que se va moviendo a impulsos de las personas que se mueven impulsadas por su afán del dinero que les permite ascender socialmente y ampliar sus horizontes materiales.

Por la noche me han dicho que muchas calles se quedan a oscuras, separando a quienes estar con los suyos recogiendo el placer diario tras el trabajo de quienes no tienen un refugio cálido y necesitan suplirlo con dinero y/o depredación. 

Las normas oriente-occidentales confluyen como una contradicción más y su confrontación amplía la visión del cristiano viejo perdido fuera de su castillo habitual. Son sonidos y claroscuros, coches y personas, vidas completamente ajenas a las desventuras del turista, que desde un café ve pasar las vidas con las que sólo tiene en común la cercanía en el espacio físico. Edades, sexos, voces, estados síquicos y conductas necesarias por el contexto, todo pasa ente sus ojos como una película de ritmo acelerado sin posibilidad e botón de pausa. La urbe mecánica, cemento y hierro, cristal y electricidad, líneas rectas entrecortadas reduciendo el espacio físico y vital, según va concentrándose el dinero, encerrándonos en una unidad quasi autosuficiente, de la que no es posible salir, aunque en el pasado hubiéramos podido pasear la vista por horizontes alejados de verde y azul, pero ahora es el esto y aquí, la panorámica no es una opción porque representa una repetición infinita del primer plano ante los ojos.

Para poder continuar una acción que transforme en relato una fría mirada de la vida urbana externa a mí, aparecen personajes que complican y humanizan mi melancolía inicial pero, despreciando los cuadros costumbristas que representan la realidad ya demasiadas veces repetida en la vida de un pre-jubilado, deben transformarse en espectros de ficción explorando mundos imaginarios de creacción instantánea con normas propias que quisiera provocaran una reacción emotiva.

Una ciudad cerrada, desde donde sólo puede salirse a otras ciudades cerradas, libres de contaminación mortífera, ciudades que producen humedad y oxígeno suficiente para que las alergias puedan ser controladas y la vida humana se haya estabilizado. Un mundo no-violento donde es posible vivir como se vivía antes de llegar la crisis.

¿Y cual es mi papel en una tierra extraña en una época desconocida y sin una función social reconocida? Yo puedo ser Mercurio, un ser mecanizado sin exigencias personales que se mueve a impulsos exteriores transmitiendo órdenes, pedidos, sugerencias, discursos, multas, noticias, anónimos y todo aquello que impida que dos personas se vean o se den la mano.

(Continuará...)